Uno, dos tres por mí y por todos mis compañeros
Lucero Nava
Es integrante de MUxED. Descubrió su vocación tempranamente, pues desde los 14 años se propuso estudiar lo necesario para dedicar su vida a mejorar la educación de México. A lo largo de los 45 años de su andar educativo ha aprendido y desaprendido; ahora –dice– “valoro más los pequeños cambios como la base de la transformación social de las comunidades escolares y la importancia de trabajar con las familias”.
Resumen: Adolescencia es sinónimo de búsqueda de identidad y aceptación de pares, de encuentro de una causa, un sentido y un sitio donde colocarse frente a la realidad. Habrá un antes y un después del “Gran confinamiento” para los jóvenes que hoy se enfrentan al desafío de concluir a distancia un curso que, en algunos casos, puede ser definitorio de sus trayectos de vida. Algunos continuarán y otros rondan la idea de abandonar la escuela. Momento complicado para una personalidad en proceso de transformación y elección. Los adultos encaramos el reto de estar a la altura para ser definidos como la generación que supo diseñar, reinventar y poner los medios para que los jóvenes puedan decir: uno, dos tres por mí y por todos mis compañeros.
Palabras clave
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Hace una década que dejé de ser madre de una adolescente. Desde entonces, muchas cosas han cambiado, pero, sin duda alguna, es una etapa que recordamos ambas. Cómo olvidar los momentos agridulces, las dudas, la intensidad emocional y los desafíos que se te presentan, cada día, durante al menos seis o siete años.
A propósito de esta pandemia –y de la sesión de los Diálogos Educativos de la Red MUxED que muy acertadamente se llamó: “Adolescencia confiscada”– recordaba esos momentos de incertidumbre de la Influenza AH1N1 y cómo los vivimos, guardadas las proporciones, ella cursaba en ese momento la secundaria.
En estos días en que abunda la información sobre la COVID-19, sobre los recursos y las posibilidades de continuar con la enseñanza a distancia, ¿cómo hubiera sido hoy para ella y para mí? ¿Seguiríamos los programas Jóvenes en casa? ¿Habría sido fácil o complicado mantener la relación con sus amigos de la secundaria? ¿Cómo habría reaccionado su no tan fácil temperamento? ¿Habría podido convencerla y contenerla para quedarse en casa, entregar los trabajos y dar continuidad a sus estudios? ¿Cuál hubiera sido su estado emocional y cómo le habría afectado para sus futuras decisiones?
Hablar de adolescencia es sinónimo de hablar de búsqueda de identidad y de aceptación de los pares, de encontrar una causa, un sentido y un sitio donde colocarse frente a la realidad. La literatura del desarrollo abunda en textos que retratan esta etapa. Sin embargo, este ciclo escolar se ha visto fragmentado en dos momentos y no sólo el ciclo escolar sino la realidad misma. Habrá un antes y un después del “Gran confinamiento” y estos jóvenes se enfrentan hoy al desafío de concluir a distancia un curso que, en algunos casos, puede ser definitorio de sus trayectos de vida. Especialmente quienes concluyen el 3º grado de secundaria –accedan o no a la escuela media superior– y quienes finalizan el bachillerato tienen ante si uno de los desafíos más importantes de su juventud; pero, esta generación va a vivir esta transición de manera aislada o semi aislada, lejos de su plantel y de los pares, en la inseguridad de una nueva realidad escolar y con la dificultad de imaginar un camino y un lugar en una situación incierta, inmersos en un bombardeo de información –no siempre verídica– en las redes sociales y en un discurso virtual.
Algunos podrán continuar y otros, entre el 14 y el 26%, como lo señala el sondeo aplicado por Valora[1], rondan la idea de abandonar la escuela; o bien enfrentan la enorme presión familiar del desempleo y la precariedad. En el mismo sondeo, el 75% de los jóvenes encuestados considera que sus familias se verán afectadas en su economía. Esta carencia orillará a muchos a buscar un empleo en el sector informal o en un puesto en el que puedan poner en práctica las escasas competencias que hayan adquirido en el ámbito escolar, hasta este momento. Imaginemos el tipo de empleo que puede conseguir un joven de 15 o 16 años en el sector informal y las jornadas que le demandará, dificultando así la continuación de sus estudios.
Sin duda éste será un momento muy complicado para una personalidad en proceso de transformación y elección. Esta etapa de búsqueda de identidad, de vocación o profesión, de experimentación con la libertad y los límites se complejiza con el cierre de las escuelas, las actividades a distancia, el alejamiento de los pares y una sensación constante de desasosiego. Aunado a la pérdida de libertad –que es un requisito indispensable para ejercitar la autonomía y avanzar en la construcción de una independencia paulatina– los conflictos propios de la etapa, como el reto a la autoridad como medida de autoafirmación, se exacerban por el encierro. Estas experiencias, sin duda, marcarán a esta generación de maneras que aún no logramos vislumbrar hoy.
También me formulaba en este escenario algunas preguntas sobre cómo la escuela –nuestra escuela– ha preparado a los estudiantes adolescentes para enfrentar este enorme desafío del aprendizaje independiente, ¿habrá sentado las bases para esto que llamamos “aprender a lo largo de la vida”? ¿Cómo cambiarán las redes sociales escolares con los pares en una vuelta a la escuela escalonada? Sin duda tenemos la responsabilidad de repensar la escuela.
Algunos jóvenes quienes egresan de bachilleratos tecnológicos o secundarias técnicas podrían contar con ventaja en las habilidades adquiridas para integrarse a media jornada en la vida productiva, al menos es el supuesto de estas modalidades. Me pregunto si lo lograrán con el desempleo que ya nos alcanzó y en qué condiciones podrían obtener un trabajo digno que les permitiera no truncar sus legítimas aspiraciones de continuar estudiando.
Apareció en mis reflexiones el mayor de los desafíos y seguramente el que nos llena de preocupación a todos los padres, tutores y docentes: el abandono escolar. ¿Enfrentaremos un incremento del índice de abandono? ¿Cuál podría ser el impacto, como país, en el caso de que los jóvenes decidan no regresar a la escuela? ¿Tenemos previstas otras modalidades con mayor flexibilidad que ofrezcan opciones de continuidad? No quisiera imaginar para nuestro futuro una generación de jóvenes donde estos factores se conjuguen y trunquen sus posibilidades de la vida a la que aspiran.
Ciertamente este futuro también tiene el rostro de la esperanza y el optimismo. Escucho muy a menudo historias y anécdotas de padres y madres de adolescentes quienes comparten todos aquellos aprendizajes que –sin haberlos planeado en un currículum– han desarrollado para la vida cotidiana, saberes para solucionar problemas, aprender con autonomía, cuidar de otros y salir de su mundo interior, adquirir nuevos pasatiempos que les apasionan, replantearse su vocación, organizar a toda la familia, mantenerse comunicados con sus maestros y amigos, comprometerse en causas comunitarias y aprender a servir a los demás.
Sin duda prefiero la visión esperanzadora, aunque reconozco que los retos que enfrentaremos en los próximos meses nos pondrán a prueba como la generación que supo, o no, diseñar, reinventar y poner los medios para que ellos puedan decir: uno, dos tres por mí y por todos mis compañeros.
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Linkendin: Lucero Nava Bolaños
[1] Estudiar la educación media superior en confinamiento, recuperado en: https://valora.com.mx/wp-content/uploads/2020/05/Estudiantes-EMS-pandemia.pdf